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Abbigail durante sus años de juventud fue avispada e intranquila. Siempre pensando en el que dirán y llamando la atención de cualquier muchacho que le mostrara un poco de interés, quizás es ahí donde se desata su historia tan repetitiva de grandes pero imposibles amores. Bella, inmensamente coqueta y presumida, la persona que te alegra la mañana y que te endulza los ratos amargos en la escuela. La estudiosa del salón, esa que no reparaba en sus comentarios pero que emana energía, sabiduría y perfección a la vez.
Mentirosa, muy mentirosa, un vicio que en su familia parece genético. Su madre, su padre y hasta su abuelo tuvieron un lado oscuro que no siempre trataban de ocultar y que algunas veces - en las reuniones familiares – hasta eran un tema de conversación interesante y gracioso. Una práctica anticuada, una costumbre que la llevó a ejercitarse durante sus años de vida hasta en convertirse en la “dama” que hoy la llaman.
Intelectual hasta decir basta y esa es la característica que todos buscan “una mujer realizada”, no importa que sea ineficiente, lo que interesa es que cuenta con un buen trabajo y un gran salario. Persistente en lo que quiere y a veces recuerda con frustración sus defectos, sus errores, esos que la hacen más débil cuando trata de enaltecerse y vanagloriarse. Oculta su forma de pensar, sus sentimientos, sus sufrimientos, para no dar lástima, para ser eternamente implacable.
¿Alguna vez fue feliz? Ni ella lo sabe. No calcula la placidez ni el desconsuelo, solo se concentra en su bienestar y si la belleza nunca la llevó a ningún lado, cree que el egoísmo y el engaño lo harán.
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